sábado, 9 de junio de 2007

Publicación primera: recuerdos y concesiones

La pantalla digital parpadea. El eterno pentagrama mil veces repetido succionándome desde el abismo hacia la mañana.

Desperezarse. Levantarse. A veces tengo la ilusión de escuchar algo. De ver algo. La rutina acaba con casi todos los sentidos y con una inmensa mayoría de sueños.

Debo dejar de fumar a estas horas. Eso o la mucho más sana opción de ningunear hora alguna. Este reloj era suyo. Lo robó una tarde en el Corte Inglés de Castellana. Desternillándose. Era de esos instantes en los que el brillo que emanaba aún me dejaba casi electrocutado. Al borde mismo de la Convicción plena. La vida no tenía fisuras, tan solo me dedicaba a pasearme entre la solidez de sus sonrisas. No la amaba. Era aún más. Era un acto de fe.

Cuando se marchó –en realidad, nos fuimos ambos- dejó mil enseres suyos a los que, con el tiempo, no he sabido encontrarles utilidades o nostalgias. A veces entre las vértebras de un mueble del baño aún surge el insecto metálico de alguna de sus horquillas que recojo pulcramente. Al principio cualquier encontronazo fortuito con alguno de aquellos restos provocaba en mí un vértigo incesante y demoledor. Sus formas apareciendo inesperadas en una camiseta mezclada con mi ropa, un párrafo subrayado en un libro, el fantasma de su voz en mitad del pasillo. Siempre discutíamos así: ella de pié en mitad del corredor y yo sentado en el sofá. Pero el cerebro acaba defendiéndose como puede. Tengo toda una caja de forzadas neutralidades que cohabitan con sus restos del naufragio. El resultado de una continuada praxis de diplomacia y costumbre.

Ella.

A veces se me escurre por ciertas esquinas. La casi veo. La casi huelo. La casi toco. Esa cadena de “casis” son, probablemente, el primer síntoma de mi curación o el primer barrote de mi cárcel. No lo sé.

Olvidarla.

Tecleo y una suerte de coincidencia informática hace que me lea. Simultáneamente a su propio proceso de olvido. Una fabulosa inversión de términos donde yo la deshago y ella me rehace. Yo desdiciéndola aquí para que ella me nombre.

Los recuerdos son probablemente ilusorios. Tintados con una pátina de preciosismo o sordidez poco realistas. La memoria es un campo minado donde lo bueno es hiperbólico y lo malo demoledor. Era ella tan hermosa como la recuerdo?, tan soberbia a veces?, tan vulnerable?, tan lúcida?, tan dañina?.

Sí. Tengo que decirle a mi jefe que ingrese mi próxima nómina en mi memoria para que crezca desorbitadamente o se hunda en los infiernos. La perspectiva del millonario o del maleante resulta alentadora y excitante. Los tipos normales perdemos lucidez sin algún que otro exceso fortuito.

Café. Fortuna. Simple Minds. Don´t you (forget about me).

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